Al romper el día en las Siete Pilillas una brisa fresca parecía anunciar las señales de un Otoño que no acaba de llegar… Comenzamos la excursión desde donde los hombres, envidiosos de los pájaros, juegan a volar. Pero ya es casi volar poder ver desde aquí. Ante nosotros se ofrece la amplitud del paisaje de los campos de Jaén: un horizonte de lomas pardas, olivares verdegrises, montes lejanos…

Empezamos la subida entre los pinos cuando la mañana comenzaba a levantarse, intensamente azul. Ante de llegar al vértice geodésico, rodeando esta pequeña Sierra, atalaya privilegiada sobre la provincia, el eco ya había aprendido en nuestra voz los nombres de los pueblos que vemos alrededor: Mancha Real, La Guardia, Jaén… la magia de las palabras que denominan los picos: San Cristóbal, La Pandera, Jabalcuz… cómo se llama el cinturón verde de las Vegas y el lugar al que conducen los caminos.

Finalmente, entre almendros, vemos por fin Pegalajar. Desde su torre campanario nos llega el repique alegre de la hora del Ángelus. Y esta vez terminamos la excursión con una merecida cerveza a orillas de la charca vacía… Ay, pienso que igual que ella anhela la lluvia que ha de convertirla en reflejo de los cielos, espero yo también esas mismas lluvias “que no vuelven allá sino después de empapar la tierra, de fecundarla y hacerla germinar, para que dé semilla al sembrador y pan para comer…” Y tal vez todos esperamos también ya la próxima ruta que nos llevará de vuelta a las montañas, a sentir los besos de la brisa y el aplauso de los árboles del campo, y gozar de tan buena compañía al recorrer de nuevo los caminos.

Este sitio web utiliza cookies para que usted tenga la mejor experiencia de usuario. Si continúa navegando está dando su consentimiento para la aceptación de las mencionadas cookies y la aceptación de nuestra política de cookies, pinche el enlace para mayor información.plugin cookies

ACEPTAR
Aviso de cookies