«Comenzamos la ruta junto a la valla del Cortijuelo, frente al inmenso llano verde entre olivares donde un rebaño de ovejas se dirige a los pastos, cañada abajo, guiado por su pastor. Nos esperaban los barrancos que descienden de este a oeste hasta el Valdearazos, las impresionantes vistas del Quiebrajano, las formaciones rocosas que pueblan la vertiente derecha del río, y vigilan las colas del pantano como un ejército mágico de figuras de ajedrez. Y nos espera la Primavera que, en su esplendor de mayo, despliega su paleta de verdes: el verde rabioso de los prados, el verde tierno de los brotes nuevos de chopos y quejigos, el verde bronco de los pinos… y añade guiños de blanco en margaritas y gamones, de amarillo en la alegre flor de las retamas, de rosa en las flores de las jaras, que parecen hechas de papel…
Fue una maravillosa jornada de camino compartido; de senderos ásperos y también suaves; de ayuda y agradecimiento mutuos; de experiencia que se ofrece y manos que se tienden; de esfuerzo y descanso; de vereda que se tuerce y se complica, salpicada de piedras y de espinas, y se torna luego ancho camino a la sombra de los pinos… para volver a hacerse cuesta difícil y empinada. Es, al fin, la metáfora de la vida, de lo que encontramos en nuestro peregrinar diario: los senderos tortuosos o sencillos, las dificultades, los amigos, el cansancio, las risas y las metas alcanzadas. Y mirando más arriba, el porqué de todo: el Pastor que nos alienta y da sentido al caminar.» (Carmen Cano)

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