“Y los desterrados de Jerusalén, los que están en Sefarad, poseerán las ciudades del Negueb. Subirán triunfantes al monte Sión para juzgar a la montaña de Esaú. Y el Señor reinará”
Con estos versículos finales de la profecía de Abdías, el libro más corto del Antiguo Testamento, comenzaba Eva su introducción para situarnos en la época histórica en la que habitaba en Jaén una floreciente comunidad judía. Sefarad, el nombre con el que el judaísmo posterior designó a España.
Para poder leer la Historia hay que quitarse las gafas del hoy, hay que aprender a mirar con los ojos de la época que queremos ver. Así, y con la ayuda de Eva, realizamos un recorrido apasionante por los años del califato de Abderramán III, cuando Ben Shaprut hacía escribir con letras de oro el nombre de Jaén, su ciudad natal, en el libro de la Historia; por los siglos del _Yayyan_ andalusí; por la época del Condestable Lucas de Iranzo, protector de los conversos; por la etapa de la Inquisición y aquellos años convulsos previos a la expulsión de los judíos de 1942…
La Historia y la leyenda (con su poso de veracidad en el mensaje que nos quiere transmitir) se entremezclan. Y, desde la cenefa gótica de la Catedral, en la lectura que el profesor Lara López hace de los relieves, bajo la mirada atenta de “la Mona”, hasta la pálida luz de las callejas de la antigua aljama judía, nos fuimos empapando de la atmósfera de aquella época, de las costumbres y modo de vivir de su gente, los jiennenses de antes, los que acudían a la sinagoga y los que se santiguaban ante la hornacina del Cristo del Amparo… los que comerciaban en las tiendas de la calle Maestra, o colocaban la _mezuzá_ en las jambas de la puerta de sus casas… aquellos de los que somos herederos, de los que llevamos sangre y apellidos. Y es que, como reza la inscripción en la luminaria que simboliza la _menorah_, a las puertas de la judería: “las huellas de los que anduvieron juntos nunca podrán borrarse”.
Fotografías y crónica por Carmen Cano.