Bajo un cielo de plomo emprendemos la subida desde el Cortijo de las Ánimas, por los cerros agrestes de la Sierra Sur. Subir a un pico tiene siempre algo de camino espiritual, de búsqueda interior, de reencuentro, al fin, con lo que de verdad importa. Y, tras los pinos que doblega el viento y los lapiaces, la cumbre nos ofrece la corona merecida de unas vistas que alegran el corazón y ensanchan el alma: los pinares, el espejo azul del Quiebrajano… la mole inmensa de la Pandera frente a frente.
Al otro lado, Valdepeñas recostada en su valle, acunada por la Sierra.
De regreso, por las verdes laderas salpicadas de quejigos y arces amarillos, nos sorprenden nuevas lejanías: Sierra Nevada, blanca, la Sierra del Trigo y sus molinos, las cumbres azules de Mágina… y más allá otros montes, “montes de sol y piedra”.
(Carmen Cano)