En la preciosa mañana de abril la Sierra Sur nos recibía alegre bajo el dulce sol primaveral. Tras la lluvia de estos días, “el cielo de azul nuevo pintó su inmensidad”, el campo y los prados, de un verde vibrante, cuajados ya de pequeñas margaritas y empapados del agua bienhechora entonaban su muda canción agradecida.
En el Puerto de las Coberteras nos reunimos con Jose, nuestro guía, para comenzar una ruta que nos llevaría, por un sendero que serpentea entre genistas en flor, hacia las cumbres que se asoman al Quiebrajano. Allá abajo, nos miraba el agua quieta, espejo del cielo; y al volcar las lomas, en las vaguadas, el agua viva de los arroyos recién nacidos a los que se asoman los narcisos.
Desde la cima de Cagasebo nos sorprende un horizonte azul: las sierras y las lomas; los pueblos que la vista juega a reconocer (La Guardia, Mancha Real, Los Villares, Jaén y su Castillo…) y los picos que Jose nos enseña a nombrar (Almadén, con su leve penacho de nieve, Mágina, Aznaitín, Ventisqueros, La Media Luna… hasta las cumbres blancas de Sierra Nevada, muy lejos, al Sur).
El paisaje que se abre a una nueva primavera nos recuerda los versos de Miguel Hernández que cantaba al recuerdo de la lluvia y el sol entre huertos levantinos en flor:
“Ayer llovió… triunfaron las aguas en las lomas
y una oda cristalina dijeron los barrancos;
las auras expandieron selváticos aromas;
los montes se vistieron de trajes-nieblas-blancos…”

 

Agradecimientos:

Crónica: Carmen Cano

Fotografías: Jose Lara

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