Comenzamos la visita en el centro de interpretación del Puente Tablas, donde Eva, nuestra guía, nos situó en el contexto histórico y las características propias de la cultura que se desarrolló en estas tierras hace más de 24.000 años, hasta que la romanización desplazó, o absorvió, a ese fascinante mundo íbero que hoy nos parece tan remoto pero que tal vez no lo sea tanto…
El sendero conduce a lo alto de la colina. Desde allí las vistas de Jaén con su castillo y la inconfundible silueta de sus sierras, son impresionantes; pero, hacia el oeste, sobrecoge la potente muralla que rodea a la que fue la ciudad fortificada ibérica; y, aunque está excavada en parte, y se ha perdido la coronación de tapial, nos conmueve al imaginar al pueblo que la construyó y que se cobijó detrás. Entramos al recinto por la “Puerta del Sol“, junto al santuario de la diosa dispuesto en una sucesión de terrazas; pasamos por lo que fueron las calles de acceso a las manzanas de casas, dispuestas en hilera, con sus patios y sus estancias… y llegamos hasta el área palatina, situada al borde de la meseta que se asoma a la vega del Guadalbullón. El relato de Eva nos lleva a imaginar la vida de la sociedad que habitó en este lugar a lo largo de varios siglos, el paisaje de entonces… las gentes que abandonaron temporalmente su ciudad buscando el abrigo y la protección de nuestro cerro de Santa Catalina, asediadas por la guerra… las que volvieron después de cincuenta años, con ideas y creencias nuevas, pero que respetaron la memoria de sus predecesores; y las que, recogiendo sus enseres, se fueron de aquí definitivamente cuando el poder del Imperio les obligó a hacerlo…
¡Qué lejano en el tiempo nos parece todo aquello, y qué cerca, si pensamos lo poco que ha cambiado el ser humano a lo largo de la Historia! Súbditos y reyes, afán de conquista de la tierra, vencedores y vencidos… las familias que huyen y abandonan sus hogares, los muertos que se quedan…, y el polvo de los siglos que sume en el olvido cada civilización y su pretendido poder.
Volviendo hacia el aparcamiento, entre los restos de la ciudad íbera y las espigas ya amarillas de la grama que se mecían dulcemente bajo el sol del mediodía, yo recordaba los sabios versos de Machado: “Todo pasa y todo queda/ pero lo nuestro es pasar/ pasar haciendo caminos/ caminos sobre la mar…“